La repetición como identidad

 

 

La reiteración, como praxis, ha sido una constante en la historia y ha tomado un rumbo verdaderamente renovador a lo largo del siglo XX, a través de diversas apuestas artísticas, literarias y filosóficas. El caso del alemán Peter Roerh es, sin duda, uno de los más singulares. Aunque falleció prematuramente, planteó de manera brillante y obsesiva la repetición de imágenes como leitmotiv de sus collages, montajes de sonido, objetos, películas y juegos diversos que, entre la realidad y la abstracción, aportaron fructíferas experiencias.  Su apego a  la organización seriada llegó incluso a suprimir la percepción de las características específicas de cada objeto para, más allá de lo referencial, lo iconográfico o lo mimético, plantear una solución donde la simetría, la semejanza  y las jerarquías son los elementos dominantes.

Antes, algunas vanguardias ya habían presentado como punto álgido de su expresión subjetiva esa mecha iniciática de la reiteración. La discontinuidad, la ruptura con la tradición, la experimentación, los nuevos lenguajes, la alternancia matérica… permitieron el desarrollo revolucionario de aquellos movimientos. No obstante, para algunos autores los signos del arte contemporáneo son siempre categóricos; y toda revolución puede fluir hacia un proceso laxo, a menudo abúlico, fruto de estructuras más mediáticas que creativas. Así, cierta posmodernidad también trivializó las formulas consagradas, con la reiteración de los contenidos y nefastas amalgamas estilísticas, lejos de cualquier hegemonía estética. En algunos casos, esa banallización llegó a recrear hasta límites absurdos el desgaste simbólico de sus representaciones múltiples, en un infierno dominado por la vulgaridad reiterativa.

No ocurre eso con muchos autores, como la mayor parte de los que pasaron por la Bauhaus, que en su ponderación al diseño concedió estatuto artístico y valor formal al artefacto industrial impulsando la revolución mecanicista y la reiteración objetual como ejes. También el futurismo se aprovechó de esa acción como exponente del progreso. Y el constructivismo, y el dadaísmo, que desde actitudes nihilistas o escépticas hallaron en la reiteración un magnífico instrumento para la transgresión. A la naturaleza utilitaria de los objetos se añadió luego la consideración potencial de la obra de arte en los entornos metafísicos, como hicieron en las décadas siguientes (sobre todo en pintura) algunos maestros del neoplasticismo, el arte cinético y, por supuesto, la mayoría de las derivas warholianas. Al margen, otros autores independientes fundieron en otras disciplinas tales empeños.

Por ejemplo, el escritor austriaco Thomas Bernhard, uno de los grandes adalides de la repetición y la disciplina, que nació cinco años antes que Roerh y profundizó con teorías y con prácticas en las nuevas expresiones reiterativas. Ambos partían de frases (o  imágenes, en el caso de Roerh) encadenadas, sucesivas y complementarias, deteniéndose en los detalles con minuciosidad, avanzando unos pasos o retrocediendo, en un ciclo constante cuyo fin último era, probablemente, conocerse a sí mismos.

Los defensores de la reiteración (me refiero a los auténticos) huyen del carácter gregario, siendo muy críticos con lo deleznable o lo escurridizo, y aprovechando los temas e imágenes recurrentes como un método de trabajo que aspira a denunciar la soledad. Hay en estos abanderados de la reiteración un loable deseo de superar la imposibilidad de comunicarse con su entorno, un saludable interés por superar esa incapacidad humana de sustraerse a las obcecaciones y limitaciones personales.

Ernst Gombrich, analizó con frecuencia las virtudes y los defectos de la reiteración en algunos ensayos. Para ello el ínclito historiador austriaco apuesta por el equilibrio entre lo subjetivo y lo objetivo. «La búsqueda de una actuación objetivamente correcta puede conducir a una conclusión mortalmente mecánica. Sería una conclusión desprovista de significado, al igual que un exceso de subjetividad puede borrar la creación a la que pretende servir». La repetición, como estado subjetivo, aborda también un aspecto patológico de sus actores, actuando como desencadenante de sus ritmos íntimos o colectivos. Esta original exposición del CMAE, como los artistas que en ella confluyen, son un buen ejemplo de que la pasión subjetiva se puede transmutar, mediante eclécticos ejercicios de transfiguración, en una necesidad de estilo o, quizás, una forma de vida.


Ángel Antonio Rodríguez, crítico de arte, muestra un preámbulo en criterio de introducción sobre el alcance artístico que ha supuesto este fenómeno creativo en el Arte Actual.
   

patrocinador:
Ayuntamiento de Avilés

ángel antonio rodríguez ©2011